Por simple que parezca, la lujuria se había estado acumulando entre mi vecina ardiente y yo durante años: miradas eternas y ansiosas. No había tiempo que perder y comenzamos a tener una locura desnuda fuera de control, con ella encima guiándome detrás de ella como una virgen ofreciéndola montarla locamente para dejarnos a ambos completamente satisfechos.